
La élite eclesiástica mundial se concentra en Roma para ultimar preparativos del cónclave que elegirá al sucesor de Francisco, bajo un clima de gran expectativa
Mientras la Iglesia católica se prepara para uno de sus momentos más decisivos, los cardenales —segundos en jerarquía después del Papa— han comenzado a reunirse en la Ciudad del Vaticano. El Colegio Cardenalicio, cuerpo encargado de elegir al próximo Pontífice, está conformado por clérigos provenientes de distintos continentes, quienes actualmente afinan los últimos detalles del cónclave que marcará el futuro de la Iglesia.
Este cuerpo colegiado es presidido por el cardenal decano, actualmente Giovanni Battista Re, un prelado italiano de 91 años que encabeza las reuniones previas a la elección papal. La estructura jerárquica de la Santa Sede reserva para estos altos dignatarios la dirección de los principales dicasterios, organismos equivalentes a los ministerios gubernamentales, consolidando así su influencia tanto en lo espiritual como en lo administrativo.
¿Quiénes son los electores?
Aunque existen 252 cardenales en todo el mundo, solo aquellos menores de 80 años tienen derecho a voto en el cónclave. Este grupo, denominado “cardenales electores”, suma actualmente 135 miembros, aunque dos de ellos se han excusado por problemas de salud. La composición del cuerpo electoral revela la diversidad geográfica y cultural de la Iglesia, resultado de la estrategia del papa Francisco de diversificar su base cardenalicia durante su pontificado.
A diferencia de otros títulos eclesiásticos, los cardenales no son simplemente designados, sino que son “creados” mediante decreto papal, un término que subraya la elevación simbólica de estos líderes religiosos. Según las normas canónicas, solo hombres que destaquen por su doctrina, conducta moral y capacidad de liderazgo son elegibles para este alto honor.
Ritos y símbolos del poder eclesial
Los cardenales, también conocidos como “purpurados”, son identificables por su vestimenta roja, color que remite tanto a la sangre de Cristo como a la antigua simbología del Senado romano, representando poder y sacrificio. Además del hábito, portan un anillo episcopal, generalmente con un zafiro, así como otros símbolos tradicionales como la cruz pectoral y la mitra.
Aunque históricamente eran vistos como verdaderos “príncipes de la Iglesia”, con privilegios que reflejaban su alta posición —desde vagones privados en trenes hasta residencias con salones del trono—, estas prerrogativas se han reducido significativamente, especialmente tras el Concilio Vaticano II y las reformas impulsadas por Francisco.
El actual Pontífice ha ido más lejos que sus predecesores en imponer austeridad. En 2021, redujo el salario de los cardenales para paliar la crisis financiera provocada por la pandemia de COVID-19, y en 2023 decretó que ya no podrían disfrutar de departamentos gratuitos dentro del Vaticano.
La selección y sus implicaciones políticas
Más allá del carácter espiritual, la creación de cardenales tiene una innegable carga política. Cada Papa suele designar a purpurados afines a su visión, en un intento por influir en la selección de su eventual sucesor. Francisco, por ejemplo, ha privilegiado la designación de representantes de regiones históricamente marginadas, ampliando la representatividad del colegio cardenalicio.
En cuanto al futuro cónclave, reina un ambiente de discreción sobre posibles candidatos. Sin embargo, algunas voces se han dejado oír, como la del cardenal español Cristóbal López Romero, quien declaró sin rodeos: “Si me eligen, huyo a Sicilia”. El purpurado de 72 años, conocido por su cercanía ideológica con Francisco, añadió que “no tengo absolutamente ninguna ambición. Nunca me podría imaginar en ese papel”, en entrevista con Il Messaggero. Según él, “quienes lo desean están movidos por la sed de poder”.
Estas declaraciones, aunque inusuales por su franqueza, reflejan el complejo equilibrio entre humildad y poder que sigue marcando a la jerarquía católica, en vísperas de una decisión que influirá no solo en la Iglesia, sino también en la política global.