
La figura del cardenal In pectore, nombrada en secreto por el Papa, sigue despertando interrogantes sobre su rol y hasta si un laico puede votar en el cónclave.
Cuando se habla de la elección de un nuevo Papa, la atención mundial se concentra en la Capilla Sixtina, donde el cónclave reúne a los cardenales para designar al sucesor de San Pedro. Este proceso, rodeado de rituales centenarios y gran hermetismo, no solo fascina por su simbolismo religioso, sino también por las particularidades que lo acompañan. Una de ellas es la poco conocida figura del cardenal In pectore, un título que añade una capa extra de misterio a esta ya de por sí solemne ceremonia.
El término latino In pectore, que significa “en el corazón”, hace referencia a cardenales que son designados en secreto por el Papa. Esta práctica, que se mantiene vigente desde hace siglos, tiene como propósito proteger a los nombrados de situaciones adversas, especialmente cuando ejercen su ministerio en regiones donde la Iglesia Católica enfrenta persecución o severas restricciones.
El padre José de Jesús Aguilar Valdés, subdirector de radio y televisión del Arzobispado de México y especialista en cuestiones eclesiásticas, explicó en entrevista que esta figura responde a circunstancias muy específicas. “Y aquí podría aparecer, como sucede en la película que acaba de salir, algún cardenal In pectore; es decir, algún cardenal que el Papa haya nombrado en secreto para él y para la persona que fue nombrada, en casos muy particulares. Alguien diría ¿y por qué el Papa hace esto? Imagínense a un obispo de China donde está siendo perseguido por la fe. Si el Papa nombrara cardenal a ese obispo, imagínense que un régimen como ese, puede aprovechar, lo encarcela, lo toma como enemigo y se le complicaría la vida y por lo tanto, se preferiría estar en esa situación, en secreto”, detalló.
Este mecanismo ha sido utilizado en momentos históricos complejos. El primer cardenal In pectore del que se tiene registro fue Girolamo Aleandro, designado por el Papa Paulo III en diciembre de 1536. Posteriormente, el siglo XIX fue especialmente prolífico en esta práctica: el Papa Gregorio XVI nombró a 35 cardenales bajo esta modalidad. En tiempos más recientes, Juan Pablo II empleó esta figura en cuatro ocasiones, principalmente para proteger a religiosos de regiones como China y Ucrania, donde la Iglesia sufría presiones y amenazas constantes. Sin embargo, sobre el actual pontífice, el Papa Francisco, no se ha confirmado si ha hecho uso de esta prerrogativa.
Una de las cuestiones que más despiertan curiosidad entre fieles y estudiosos es la posibilidad de que un laico pueda ser nombrado cardenal en secreto y, más aún, participar en el cónclave. Aunque esto podría parecer parte del guion de una película de ficción, la realidad es que la legislación eclesiástica lo contempla. “No sólo puede ser un obispo, puede ser un sacerdote o un laico; de tal manera que él podría presentarse y decir: soy cardenal y tengo derecho a poder votar”, precisó el padre Aguilar Valdés.
Este dato amplía el imaginario sobre quién puede realmente llegar a votar por el Papa. Aunque, en la práctica, un laico designado cardenal tendría que ser ordenado sacerdote y obispo posteriormente para asumir plenamente las funciones del cargo, la posibilidad de su participación inicial en la elección del Pontífice sigue siendo una excepción contemplada por la normativa vaticana.
El tema cobra especial relevancia cuando se considera la actual coyuntura internacional, donde en varias partes del mundo la Iglesia Católica aún enfrenta desafíos que limitan la libertad religiosa. La figura del cardenal In pectore sigue siendo una herramienta clave para garantizar la continuidad de la fe y la protección de sus representantes, incluso bajo las circunstancias más adversas.
En definitiva, este recurso, poco conocido por el público general, demuestra que el cónclave es mucho más que un acto ceremonial: es también un reflejo de las complejidades políticas y sociales que atraviesan a la Iglesia Católica en distintos momentos históricos. La existencia de cardenales secretos, invisibles para la mayoría, es un recordatorio de que el poder espiritual también debe navegar en las aguas agitadas de la realidad geopolítica mundial.