
En el corazón del Centro Histórico se encuentra La Risa, la pulquería más antigua de la capital, testigo de más de 120 años de historia y tradición popular
El pulque ha sido mucho más que una bebida en la historia de México: ha sido símbolo, ritual y punto de encuentro social. Originado del fermento del aguamiel del maguey, su consumo se remonta a épocas prehispánicas, cuando solo era permitido a nobles, sacerdotes y ancianos. Aunque con el paso de los siglos perdió su carácter sagrado, encontró una nueva vida en espacios urbanos que lo convirtieron en tradición cotidiana: las pulquerías.
Estos establecimientos florecieron en la Ciudad de México a finales del siglo XIX. No solo se trataba de lugares donde se vendía pulque, sino de centros comunitarios en los que se podía platicar, cantar y hasta debatir asuntos del barrio. En 1890, había más de mil pulquerías registradas en la capital, cada una con reglas propias, letreros pintorescos y una clientela fiel.
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En ese contexto nació La Risa, considerada la pulquería en activo más antigua de la ciudad. Fundada en 1903 y ubicada en la calle Mesones número 71, en pleno Centro Histórico, este sitio ha sobrevivido guerras, transformaciones políticas y oleadas de modernización sin perder su esencia.
Aunque por fuera su fachada pasa desapercibida, en su interior conserva los elementos que han definido por generaciones a estos locales: barras metálicas, bancos de madera, pisos antiguos y un ambiente acogedor que transporta a otras épocas. En sus muros cuelgan fotografías en sepia y frases típicas que recuerdan las costumbres del México del siglo pasado.

Durante décadas fue refugio de trabajadores, voceadores y empleados del centro, muchos de los cuales acudían diariamente por su jícara de pulque natural o un curado tradicional. En sus primeros años, como muchas otras pulquerías, restringía el acceso a mujeres, quienes solo podían ingresar acompañadas o por entradas separadas. Esto reflejaba una época en la que el consumo de pulque era asociado casi exclusivamente con lo masculino.
Hoy, el panorama es distinto. La Risa ha logrado atraer a nuevas generaciones de jóvenes, turistas y mujeres que encuentran en el pulque una experiencia auténtica y una conexión con la cultura mexicana. Los curados que ofrece —de sabores como guayaba, avena, piñón o nuez— son preparados diariamente en grandes vitroleros de cristal que exhiben sus colores y texturas, una tradición que permanece intacta.
Beber en La Risa no es solo tomar una bebida fermentada, es participar de una costumbre que ha resistido al paso del tiempo. La conversación fluye entre extraños como si fueran vecinos, y la música ranchera ambienta un espacio donde la identidad popular se respira en cada rincón.
Aunque La Risa ostenta el título de la más longeva, no es la única que mantiene viva esta tradición en la capital. Otras pulquerías con historia propia siguen abiertas:
- La Hija de los Apaches (Iztapalapa): fundada en 1907, conserva un ambiente musical animado y es atendida por descendientes del fundador.
- Las Duelistas (Colonia Centro): célebre por sus murales coloridos y su clientela joven, ofrece una experiencia visual y gustativa singular.
- Pulquería Insurgentes (Colonia Roma): combina tradición y modernidad, con varios pisos dedicados a eventos culturales y conciertos.
Todas ellas mantienen viva la cultura del pulque, hoy reconocida como patrimonio cultural inmaterial. Pero La Risa es única: no es museo ni reliquia, sino un lugar activo, lleno de vida, donde el pasado y el presente se encuentran en cada vaso servido.
Más de 120 años después de su apertura, esta pulquería sigue firme en su misión: ser testigo, refugio y símbolo de la historia viva de la Ciudad de México. Visitarla es, sin duda, un homenaje a la tradición popular mexicana.