
En nuestro país, los cárteles reclutan a niños vulnerables, aprovechando su edad, pobreza y necesidad de afecto para usarlos como espías, sicarios o mensajeros
En México, el crimen organizado ha perfeccionado una estrategia que apunta a los más vulnerables: los niños. Los cárteles no solo los reclutan, sino que los convierten en piezas clave de sus operaciones delictivas, valiéndose de su edad como escudo contra la ley y de su necesidad de afecto como herramienta de manipulación.
Sol tenía apenas 12 años cuando cometió su primer asesinato. Antes de cumplir la adolescencia ya formaba parte del grupo conocido como los “pollitos de colores”, denominación que se les da a los menores enrolados por los cárteles. Adicta al cristal desde los nueve, fue captada mientras vendía flores en un bar. Comenzó como espía, pero en poco tiempo aprendió a secuestrar, torturar y matar por encargo. “Obedecía al jefe ciegamente”, relató desde un centro de apoyo para jóvenes, donde intenta rehacer su vida.
Su historia revela cómo el crimen organizado ha normalizado el uso de menores como soldados. Los cárteles valoran su docilidad, entusiasmo y la impunidad que su edad les brinda. Además, encuentran terreno fértil en entornos de pobreza, marginación y violencia, donde los niños buscan sentido de pertenencia, protección y cariño. “Pensé que me querían”, dijo Sol al recordar aquellos años.
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Las cifras son alarmantes. Organismos internacionales estiman que al menos 30,000 menores han sido reclutados por bandas criminales en el país, aunque algunos cálculos elevan el número a más de 200,000 niños vulnerables. Un reporte oficial reveló que incluso menores de seis años han sido cooptados por estas organizaciones. El fenómeno se ha intensificado con el uso de redes sociales y videojuegos como herramientas de captación.
La agencia Reuters entrevistó a decenas de jóvenes involucrados con los cárteles, quienes confirmaron que la edad de ingreso es cada vez menor. Algunos tenían entre 14 y 17 años y mostraban en redes sociales imágenes portando armas. Muchos fueron introducidos por familiares y conocidos, en entornos marcados por la adicción y la pobreza. “Te unes con tu sentencia de muerte firmada”, expresó un adolescente de 14 años. A pesar del riesgo, muchos de ellos consideran que esa vida les ofrece comida, identidad y una “familia”.
Otros casos como el de Isabel, reclutada por su propio tío a los 14 años, revelan el nivel de violencia y abuso dentro de estas redes. Ella sufrió múltiples detenciones y vivió un aborto espontáneo tras una relación con su reclutador. Hoy recibe tratamiento por trauma extremo.
La legislación mexicana aún no contempla penas específicas por el reclutamiento de menores por parte del crimen organizado. Tampoco existen programas eficaces de rehabilitación o reintegración. Aunque se han emprendido campañas para prevenir este fenómeno, los resultados son limitados. En 2021, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos instó a México a tomar acciones urgentes ante los informes de menores enrolados incluso en fuerzas comunitarias armadas.
Los menores reclutados no solo son explotados, también son descartables. “Son niños desechables que pueden ser utilizados (…) pero que al final lo que esperan es la muerte”, señaló Gabriela Ruiz, especialista en juventud de la UNAM. En muchos casos, a los ocho años ya pueden manejar un arma. Si no sirven para matar, serán utilizados como carnada.
Daniel, otro adolescente involucrado, fue forzado a unirse a un cártel durante una fiesta. Pasó tres años como sicario antes de huir hacia el norte, buscando asilo en Estados Unidos. Ahora vive escondido, teme por su vida y la de su familia, mientras intenta reunir dinero para cruzar la frontera. “No tengo otra opción, tengo miedo de morir”, declaró.
Sol, por su parte, ha encontrado una nueva meta. Estudia Derecho y sueña con especializarse en justicia juvenil. “Nunca pensé que llegaría a los 20 años”, dijo. Hoy quiere ayudar a niños que, como ella, alguna vez pensaron que el crimen era su única salida.