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A los 7 años, una niña debería estar pensando en jugar y sonreír: perdón Fátima #ElOpinador

Fátima no entendía los problemas de papás. No entendía de partidos. Ella sólo salió un día a la escuela pues quizá soñaba, con ser mejor

A los 7 años una niña debería estar pensando en jugar y sonreír. Imaginar que es una princesa, una veterinaria o una gran aventurera. Sus problemas no deberían ser más complejos que los de su cuaderno de matemáticas y sus miedos, nada que un apapacho de sus padres pueda remediar. 

Una niña no debería tener que preocuparse por quién va por ella a la escuela, para entregarla o hacerle cosas que incluso en ese momento irán más allá de su comprensión. Por arrancarle la vida, por quitarle los juegos, por llevarse un futuro, por joder a este mundo o solamente porque si.

La misma historia que hemos escuchamos antes hoy se llamó Fátima. Una niña más de esta realidad que va más allá de los neoliberalismos, de las pintas o de los pleitos entre particulares.

Otro relato de quien fue invisible ante los ojos de una sociedad que no se tocó el corazón para revisar quién iba por ella al colegio o por hacerla esperar afuera del plantel donde no estaba segura. En una calle donde ninguno pensó, que algo andaba mal. 

En una ciudad donde quizá el que hizo tráfico, el que se metió en triple fila o el que provoco un accidente, cooperó con alguno de esos 20 minutos que hicieron que la madre de Fátima llegara ese día tarde a la escuela. 

En la sociedad de la falta de empatía. En donde algunos maestros ya no pueden dedicarse sólo a la docencia. Y los conserjes han tenido que aprender a hacer sólo lo que les toca so pena laboral.

En donde la disfuncionalidad de una familia es más una constante que una queja en un ministerio público. Y la autoridad sigue legislando a posteriori o corrigiendo cuando es demasiado tarde.

En el mundo de las pantallas táctiles cuyas realidades son mas gratas que las que vivimos en nuestras calles. Aquellas que ya se están quedando sin ojos y sin oídos para cuidarnos entre todos. 

Desde aquí, querida Fátima, aunque nunca te conocí. Te pido nos perdones por esta sociedad que cree que el dinero nos hace importantes, en donde el voto nos vuelve exitosos, y la venganza nos hace poderosos. Perdón por esta bandera a la estupidez que no nos cansamos de seguir ondeando. 

Ojalá alguno de tus compañeros nunca olvide tu historia y lo que se está pudriendo en este país, así cuando de ellos dependa el cambio, recuerden tu pasado y rompan con esta cadena que no nos deja evolucionar. 

Fátima sólo tenía 7 años. No entendía los problemas de papás. No pintó ningún monumento, no agredió a ninguna autoridad. No entendía de partidos. Ni mucho menos de poder. Ella sólo salió un día a la escuela pues quizá soñaba, con ser mejor.

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