
Vivimos en tiempos en los que la transparencia simulada ya no tiene cabida en redes sociales cada vez más saturadas. Aun así, algunos gobernantes ya no se esfuerzan por ocultar el abuso; por el contrario, lo exhiben con desparpajo, confiando en que la indignación será breve y la impunidad, eterna. Lo hacen no solo porque pueden, sino porque el cinismo dejó de ser una deformación del poder para convertirse en una de sus principales herramientas.
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Lo que antes sería un escándalo político, hoy es apenas un meme. En Tequila, la apropiación de un museo nacional; en una localidad de Querétaro, la mentira para justificar un reloj de lujo y asegurar que niños de primaria (y sus familias) tienen la solvencia para regalar un artículo que podría representar el valor de un aula de cómputo para la comunidad. No hablamos de hechos aislados, sino de manifestaciones de un fenómeno cada vez más presente en la política mexicana: el uso deliberado del cinismo como blindaje simbólico.
Porque hay algo perversamente eficaz en decir lo inverosímil con total naturalidad. Así es como el cinismo opera como una forma de superioridad discursiva en la que el gobernante no busca convencer, sino desarticular la crítica; no da explicaciones, se burla, se impone. Su mensaje no respalda ninguna verdad, sino que demuestra que, sin importar lo que enuncie, podrá hacerlo con total libertad (e impunidad).
Lamentablemente, en México, muchas veces tiene razón.
La impunidad no solo se construye con leyes débiles o instituciones capturadas, sino también con ciudadanías cansadas, escépticas y resignadas. El cinismo político se alimenta de ese terreno erosionado, de esa sociedad que duda si vale la pena volver a exigir. Y mientras tanto, quienes están en el poder hacen del absurdo su lenguaje: lo ridículo se institucionaliza y lo autoritario se decora con marketing.
En pleno 2025, mientras aspirábamos a una maduración de la democracia, estamos viendo una forma de gobierno que ya no requiere legitimidad. Por el contrario, solo busca atención. Los gobernantes ya no quieren respeto, sino espectáculo. Y en ese esquema, el cinismo no es una debilidad: es una estrategia.
Pero si algo enseña la historia es que el cinismo, aunque resistente, también se agota. Porque tarde o temprano, las sociedades que se cansan de ser subestimadas encuentran formas de recuperar la palabra, la acción y la memoria.
Y cuando eso pasa, ni el fuero ni el sarcasmo alcanzan para esconder la verdad.
Por: Mariana Primero
X: @marianaprimero