
La astrología surgió hace más de cuatro mil años en Mesopotamia, cuando sacerdotes comenzaron a interpretar los astros como señales divinas para guiar a sus comunidades.
Desde los primeros asentamientos humanos, observar el cielo fue una actividad cargada de significado. Las estrellas, los planetas y la Luna no solo marcaban el paso del tiempo, también eran entendidos como mensajes que influían en la vida cotidiana, la política y el destino colectivo. De esa relación entre observación celeste y creencias religiosas nació la astrología, una práctica ancestral cuyo origen no puede atribuirse a una sola persona.
A diferencia de otras disciplinas, la astrología no cuenta con un fundador identificado. Su desarrollo fue el resultado de procesos culturales prolongados, impulsados por sociedades que comenzaron a registrar de forma sistemática los movimientos del firmamento. Entre ellas, la civilización babilónica ocupa un lugar central en la historia de esta práctica.
Los primeros indicios de interpretación astrológica se remontan al periodo sumerio, hacia el tercer milenio antes de nuestra era, cuando ya se asociaban fenómenos celestes con presagios. Sin embargo, fue en Babilonia, durante el segundo milenio a.C., donde estas observaciones se organizaron en un sistema más estructurado, con registros escritos y reglas interpretativas.
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En ese contexto, los astrólogos no eran personajes aislados ni místicos individuales. Se trataba de sacerdotes y adivinos que cumplían una función pública. Su labor consistía en observar eclipses, fases lunares y movimientos planetarios para anticipar eventos relacionados con las cosechas, el clima, las guerras o la estabilidad del poder político. Estas interpretaciones buscaban proteger al Estado y orientar las decisiones del gobernante.
Con el paso del tiempo, estos conocimientos quedaron plasmados en tablillas de arcilla que reunían miles de presagios. Uno de los compendios más relevantes fue el Enuma Anu Enlil, una colección que sistematizó la relación entre los fenómenos celestes y los acontecimientos terrestres, sentando las bases de la astrología posterior.
A lo largo de la historia han surgido figuras legendarias asociadas al origen de la astrología, como Hermes Trismegisto, mencionado en tradiciones esotéricas y textos medievales. No obstante, desde una perspectiva histórica, no existe evidencia de que haya sido una persona real ni el creador de esta práctica. Por ello, los especialistas coinciden en que la astrología debe entenderse como una construcción colectiva desarrollada por generaciones de observadores del cielo.
El conocimiento astrológico no permaneció limitado a Mesopotamia. A través del intercambio cultural, llegó al mundo griego, donde se fusionó con corrientes filosóficas locales. En ese proceso, la astrología evolucionó y comenzó a enfocarse en el individuo, dando origen a los horóscopos personales y a las cartas natales.
Además de su valor simbólico, los primeros astrólogos realizaron aportaciones técnicas importantes. Dividieron el cielo en zonas asociadas a constelaciones, un antecedente directo del zodiaco occidental, y desarrollaron métodos matemáticos para predecir posiciones planetarias, lo que permitió mayor regularidad en sus interpretaciones.
Aunque hoy la astrología genera debate sobre su carácter científico, su importancia histórica es indiscutible. Representa uno de los primeros intentos de la humanidad por comprender el universo y encontrar sentido a su propia existencia a través del cielo.







