
En una vivienda de Tláhuac, un apicultor rescata la hidromiel, una bebida milenaria hecha con miel fermentada que hoy vuelve a producirse en la CDMX
En una casa sencilla de la alcaldía Tláhuac, al oriente de la Ciudad de México, se produce una bebida cuya historia se remonta a miles de años atrás. Entre tarros de vidrio, recipientes improvisados y el aroma intenso de la miel, la hidromiel vuelve a elaborarse siguiendo un método casi tan antiguo como su origen.
El responsable es Paulino Mendoza Cruz, apicultor con más de tres décadas de experiencia, quien desde su Unidad de Producción trabaja con el respaldo técnico de la Comisión de Recursos Naturales y Desarrollo Rural. En ese espacio familiar se recupera una tradición asociada comúnmente con vikingos y banquetes medievales, aunque su presencia en la historia humana es mucho más antigua.
La iniciativa surgió a partir de la curiosidad de su hijo, lector constante de textos históricos, quien encontró referencias sobre la fermentación natural de la miel. Tras varios intentos, el proceso dio resultado y se transformó en un pequeño taller donde se respeta una receta elemental basada en agua, levadura y miel, además de un periodo de fermentación de aproximadamente un mes.
El resultado es una bebida de sabor particular que algunos comparan con un pulque ligero o con sidra, aunque quienes la producen aseguran que tiene identidad propia. “No deja resaca, es natural”, comenta Paulino mientras observa el lento burbujeo de uno de los recipientes.
Aunque suele relacionarse con la cultura nórdica, la hidromiel aparece mencionada desde la Antigüedad. Aristóteles la registró en sus escritos y la mitología griega la asoció con el néctar y la ambrosía de los dioses. Existen referencias también en el mundo romano y en otras civilizaciones antiguas, lo que la convierte en una de las bebidas alcohólicas más antiguas conocidas.
El taller de Tláhuac no se limita a la hidromiel. La familia también produce un mezcal de miel mediante un proceso de destilación que se extiende por varias semanas en un alambique de cobre. A ello se suman vinagre gourmet, propóleo, cera y miel pura, todos elaborados sin agroquímicos y avalados por un certificado agroecológico.
Paulino llegó a la apicultura tras años dedicados al campo. Con el tiempo, la capacitación formal y la experiencia transformaron ese oficio en el sustento de su familia y en una forma de preservar prácticas ancestrales. Sus productos se comercializan en espacios como el Bosque de Chapultepec, el Museo Ambiental, el Museo del Maíz y Huerto Roma.
Desde una colonia popular de la capital, la hidromiel demuestra que no es una novedad, sino una bebida con miles de años de historia que hoy encuentra un nuevo espacio para contarse a través del sabor de la miel de nuestro país.







