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La catarsis de los vengadores

 

La escena dantesca sin duda, como cualquier otra que representa la violencia profunda que está enraizada en nuestro México. En el piso de una unidad de transporte público, dos ladrones en un charco de sangre. En esta ocasión la suerte, la Santa Muerte, o la deidad a la que se encomendaban para asaltar les falló. Dio la casualidad de que en el camión viajaba un “vengador anónimo”, de esos que nadie vio y nadie verá, por que los considera la gente, más efectivos y protectores que la autoridad, que evidentemente ha fallado en su compromiso de darles seguridad. Este vengador, armado y mortal, les cortó la vida de tajo.

La escena fue festinada millones de veces en las redes sociales por una gran mayoría de ciudadanos que, más o menos decían lo mismo, “se lo merecen por ratas”. Los intentos por decir lo contrario se topaban de frente con el enojo de la ciudadanía que está y con razón, hasta la madre de partirse el alma para ganar unos pesos honradamente y que unos hijos de la tiznada se los arranquen a punta de pistola.

Lo que está sucediendo me parece por demás peligroso. El pacto social en el cual el gobierno se compromete a dotar de seguridad a los súbditos encuentra su primera versión en el Leviatán de Thomas Hobbes. En 1651 Hobbes daba forma a la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil. En el rubro de seguridad el súbdito renuncia a su derecho de venganza privada, ojo por ojo y diente por diente establecido en el primer código penal de la historia, el código de Hammurabi, que por cierto está en exposición en el museo de Louvre en París, para depositarlo en manos del señor feudal quien sería el encargado de protegerlo en las murallas de su territorio. Por esto, el ciudadano además de renunciar a hacer justicia por propia mano, contraía una serie de obligaciones poco cómodas, como el derecho de pernada en la primera noche de bodas de los habitantes de su feudo.

Posteriormente esta idea encuentra su evolución en el pacto social de Juan Jacobo Rousseau establecido en su obra El contrato social, en la cual el ciudadano cede su soberanía en función de que el estado lo proteja y brinde servicios a cambio de su obediencia y el pago de un tributo.

Evidentemente todo lo anterior es funcional siempre y cuando las partes no falten a sus compromisos. En el caso de los ciudadanos, aunque nos duela somos omisos, muchas veces en el pago de impuestos y mucho más en la obediencia de la ley. La ley se ha convertido en la tía incomoda que nos pellizca el cachete y que al momento que se voltea le mentamos la madre. En cuanto al estado, la evidencia de que no nos brinda protección no puede ser más contundente. Por eso, las imágenes como la descrita al principio resultan catárticas, evidencian una revancha que los ciudadanos añoran. Ya que los malos no pueden estar tras las rejas, de menos que mueran como cerdos en rastro.

El problema es que, por más tentadora que sea la situación no alcanzamos a visualizar que esto es la esencia de la destrucción del orden, de la legalidad y del propio estado. Es también claro, que la sociedad está empezando a entrar en un estado de descomposición. Casos como la niña de 7 años que en Hermosillo Sonora que fue cocida a golpes y torturada con saña por sus captores o cuidadores, el pequeño que encargado por su padre con sus tíos, era encadenado y sometido a pasar hambre hasta dejarlo en los huesos. De casos de crueldad a niños puedo llenar estas líneas. Creo que no solo está mal este gobierno inútil, me refiero a todos los niveles, y de todos los partidos. La corrupción, los socavones, la incapacidad de ponerle un freno a la violencia entre otros miles de problemas nacionales es suficiente para probarlo pero nosotros estamos perdiendo la dimensión de que la ley es el único recurso que tenemos de convivir en paz.

Las ejecuciones sumarias son por definición una expresión de ausencia de justicia. El asesinar aunque sea en el marco de un exceso en la legítima defensa, es convertirnos en delincuentes. No importa si parezca justo eliminar a la escoria de la sociedad, hacerlo de esta forma convierte en escoria a la sociedad. No dejo de mencionar el caso del señor Eduardo Gallo cuando tuvo de rodillas al torturador y asesino de su hija y este le soltaba detalles sórdidos de la muerte de un trozo de el mismo, de su hija. El señor Gallo guardó su arma y le dijo al desgraciado que por más ganas que tenía de matarlo no se iba a convertir en la misma mierda que él.

De ninguna manera me parece que debemos conformarnos con ser el objeto de la burla de gobernantes y de abuso de delincuentes. Solo pido que como sociedad actuemos en dos ejes, firmeza en la exigencia a nuestras autoridades, municipales, estatales y federales. En caso de que fallen, simplemente cambiarlas con nuestro voto. En el caso de ser testigos de un crimen, de ver en peligro al de enfrente ser solidarios en la denuncia y en la ayuda a nuestros vecinos. Se que políticamente es incorrecto alegrarnos de la muerte aunque sea un delincuente, se que ha muchos nos puede confortar, pero cuando se nos borre la sonrisa estaremos más cerca del caos, del que sin duda estamos parados en su frontera final.

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