
El Palacio de Bellas Artes resguarda un emotivo secreto: cabezas de perro esculpidas en su fachada en honor a la mascota del arquitecto Adamo Boari, Aída
Quienes visitan el Palacio de Bellas Artes suelen admirar su imponente cúpula de mosaicos, sus esculturas y su telón de cristal, pero pocos saben que entre sus detalles ornamentales se encuentran unas cabezas de perro talladas que guardan una historia cargada de afecto y simbolismo. Estas esculturas no fueron añadidas por simple decoración, sino como un homenaje del arquitecto Adamo Boari a su fiel compañera, Aída.
Adamo Boari, originario de Italia y con formación en ingeniería civil en la Universidad de Bolonia, llegó a México durante el Porfiriato, convirtiéndose en una figura clave de la arquitectura de la época con obras como el Palacio Postal y el propio Palacio de Bellas Artes. En este último, Boari plasmó su estilo al fusionar elementos neoclásicos con detalles mesoamericanos, creando un espacio único en la capital del país.
El vínculo entre Boari y Aída surgió mientras supervisaba la construcción del Palacio de Bellas Artes, donde la perra lo acompañaba cada jornada de trabajo. Al fallecer durante la prolongada edificación, Boari decidió rendirle un tributo que perdurara con el paso del tiempo. Para ello, integró las cabezas de Aída en la ornamentación de mármol exterior del edificio, un gesto que refleja la costumbre de algunos arquitectos de dejar símbolos personales en sus obras más importantes.
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“Este elemento, que pasa desapercibido para muchos visitantes, tiene un significado emotivo ligado directamente con su construcción y su arquitecto, Adamo Boari.”
Estas cabezas se encuentran distribuidas en las cornisas y relieves de la fachada, donde comparten espacio con columnas, figuras y detalles artísticos que embellecen al recinto. Aunque no todos los visitantes las identifican de inmediato, se han convertido en un secreto compartido en redes sociales, donde usuarios publican fotografías de las esculturas al descubrir la historia detrás de estas piezas.
La construcción del Palacio de Bellas Artes comenzó el 1 de octubre de 1904, con la intención de ser un Teatro Nacional que proyectara el progreso del país, aunque problemas técnicos y los cambios políticos al estallar la Revolución Mexicana retrasaron el proyecto. Fue hasta 1932 cuando se consolidó como el Palacio de Bellas Artes, bajo la dirección de Federico E. Mariscal, albergando museos y convirtiéndose en un referente de la cultura mexicana.
Además de las cabezas de perro, este recinto conserva detalles fascinantes, como su cúpula fabricada en Italia con mosaicos de colores, un telón de cristal con más de un millón de piezas que retrata los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl, y la combinación de estilos art nouveau y art decó que lo convierten en un ícono arquitectónico.
Hoy, al recorrer el Palacio de Bellas Artes, vale la pena alzar la vista y buscar esas cabezas de perro, un recordatorio de la historia humana que también habita en los monumentos, donde el afecto de un arquitecto por su mascota quedó inmortalizado para siempre en uno de los edificios más emblemáticos de México.