La Fórmula 1 nos deja un cúmulo de experiencias sobre personas que salen a conocer realidades y otras que aprenden nuevas perspectivas
Deberían de agradecernos que hoy el Metro huele bonito, susurraba una joven a su acompañante mientras éste la libraba de los apretujones en el vagón que la llevaba a su casa. Durante este fin de semana en donde la Fórmula 1 volvió a deleitarnos con ese México que saca a relucir la clase de quienes vivimos aquí.
Esa clase que no tiene que ver con el dinero, más bien con educación y valores. Aquella que nos da increíbles postales como la del papá que lleva a sus hijos a ver los coches, por entre las rendijas de un puente peatonal pues por lo pronto hay otras prioridades.
O qué me dicen de aquellos que dejaron a un lado los arrebatos contra la pigmentocracia racista y discriminatoria, al momento en que recibieron una cortesía VIP para ver una carrera que tanto escozor les había causado meses atrás.
Está también el agandalle de uno o dos en las tribunas, que se quieren pasar de vivos a costa de muchos mexicanos que no quieren conflictos, pero que también se han vuelto especialistas en quedarse callados.
O qué me dicen del pobres que viaja diario en Metro, ayudando al hijo del rico que le dio un mareo por no estar acostumbrado a los tumultos en el funcional pero rebasado sistema de transporte colectivo de la Capital.
Así las experiencias que deja la velocidad. Un cúmulo de comportamientos afines y distantes. Personas que salen a conocer realidades y otras que aprenden nuevas perspectivas. En un país que sigue dando espectáculo para todos. Enseñándonos la importancia de no dividirnos como nación.
Por eso señor Presidente, ayúdenos a unir este País. Ahora usted es el capitán de este barco, uno que no necesita de fifis, desprecios o racismo. Pues así como hay pobres malos, también ha habido “sangres azules” que han ayudado a los indígenas como pocos.
Sea usted el que una a esta Patria, defienda a los humildes y a los pobres, pero con miras a sacarlos de ahí, y no manteniéndolos cautivos como votantes gracias a esa pobreza.
Respetemos la laicidad. Y entendamos al humanismo, como aquel sistema de creencias centrado en el principio de las necesidades de la sensibilidad y de la inteligencia humana, que puede satisfacerse sin tener que aceptar la existencia de Dios o la predicación de las religiones.
Una decisión que sólo le corresponde a la gente. En un Estado que garantice la libertad de decidir. Que ofrezca equidad e igualdad de oportunidades, merecidas por el esfuerzo y no por la cartera. Un México, que de verdad le vamos a agradecer.
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