
El día de su boda, Lady Di llevó amuletos cargados de simbolismo y tradición para atraer suerte y protección en uno de los eventos más icónicos.
El 29 de julio de 1981, una audiencia mundial de más de 750 millones de personas en 74 países fue testigo de una de las bodas más emblemáticas del siglo XX: la unión entre Diana Frances Spencer y el entonces príncipe Carlos, hoy rey Carlos III. En medio de la pompa y la majestuosidad de la catedral de St. Paul, donde se celebró la ceremonia, Lady Di eligió llevar consigo pequeños amuletos cargados de simbolismo, que buscaban atraer buena suerte y prosperidad para su nueva vida.
El vestido de novia, diseñado por David y Elizabeth Emanuel, destacó no solo por su impacto visual sino también por sus detalles cargados de significado. Confeccionado en tafetán de seda marfil y encaje antiguo, adornado con 10,000 perlas y lentejuelas y una cola de 7.6 metros —la más larga en la historia real británica— escondía símbolos de la tradicional fórmula inglesa de “algo viejo, algo nuevo, algo prestado y algo azul”. Un pequeño lazo azul fue cosido en la cintura como símbolo de fidelidad y buena fortuna.
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El “algo viejo” estuvo representado por encajes victorianos de la familia Spencer, el “algo nuevo” fue el propio vestido y el “algo prestado” un par de pendientes de diamantes pertenecientes a la madre de Diana, la condesa Frances Shand Kydd. El amuleto más íntimo y reservado fue un broche en forma de herradura, elaborado en oro galés de 18 quilates con diamantes, cosido de forma invisible en la parte posterior del vestido. Este talismán era un símbolo de prosperidad y suerte, un gesto hacia sus raíces británicas y un emblema de esperanza.
Rompiendo con la tradición, Diana usó la tiara Spencer, una joya familiar, en lugar de una pieza de la colección real británica, reafirmando así su identidad personal en un día de gran trascendencia. Completó su atuendo con zapatos planos de satén y encaje diseñados por Clive Shilton, decorados con 500 lentejuelas y 100 perlas, y con las iniciales “C” y “D” unidas por un corazón pintadas en las suelas como un sello de amor.
Aunque no todos los amuletos están oficialmente documentados, circulan relatos sobre otros símbolos como un trébol de cuatro hojas oculto en su ramo o un pañuelo bordado con una paloma blanca, ambos significativos en términos de esperanza y paz. Incluso se dice que en los bordados del velo se entrelazaron discretamente las iniciales de Diana y Carlos.
A pesar de estos símbolos de buena suerte, Diana más tarde describió aquel día como “el peor de mi vida”, reflejando que los amuletos no lograron cambiar el destino que le aguardaba. Estos objetos revelan el lado más humano y vulnerable de una mujer que, al convertirse en un ícono global, buscaba en la tradición y la superstición un poco de seguridad para enfrentar el incierto camino por delante.