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Los claroscuros de Juan Pablo II, el papa peregrino

Catalogado como “la pesadilla del comunismo”, el pontificado de Juan Pablo estuvo marcado por una serie de contradicciones

Karol Wojtyła, Juan Pablo II, “el papa que vino del frío”, fue nombrado en el contexto de la Guerra Fría y ejerció su ministerio dedicando todas sus energías en una activa política a favor de los disidentes en los países del este de Europa, muestra de su apasionado antimarxismo.

Catalogado como “la pesadilla del comunismo”, el pontificado de quien también fue conocido como “el papa peregrino”, estuvo marcado por una serie de contradicciones que marcaron una época en la historia de la Iglesia Católica y de la humanidad.

Mientras pedía perdón “por los pecados de la Iglesia en el pasado”, como el injusto trato hacia los judíos como por la condena a Galileo Galilei, por otro lado, beatificaba a Pío IX, recordado por emprender una feroz cruzada reaccionaria contra todo lo que tuviera un tinte liberal.

Enemigo de las libertades sexuales, se negaba al uso de métodos anticonceptivos y profilácticos, así como a la interrupción legal del embarazo, en una época en la que el mundo era solado por los problemas generados por el crecimiento demográfico y el avance del sida, por lo que consideraba una “cultura de la muerte”, sin importarle los señalamientos sobre una responsabilidad moral por la difusión de esta enfermedad que dejó millones de muertos.

Cabe señalar que durante el papado de Juan Pablo II, la población mundial pasó de 4 mil a 6 mil millones de personas.

También rechazaba poderosamente el celibato opcional, pese a la crisis de vocaciones que estaba generando un déficit de religiosos en varias regiones.

Enfrentado con el socialismo, defendía el capitalismo con el argumento de que “en el orden de los intercambios, hay que dejarse guiar por las leyes de una sana competición”, además de que calificaba las huelgas como “la plaga del paro”.

Carismático como solo él y con un espíritu misionero que lo llevó a recorrer buena parte del mundo para tratar de frenar la desescalada de fieles que registraba la Iglesia Católica, a partir de los años 1990, Juan Pablo II enfrenta una de las mayores crisis experimentadas por el Vaticano: las denuncias de abusos sexuales hacia menores de edad por parte de miembros eclesiásticos, evitando siempre usar el término “violación sexual infantil” o “pederastia“.

Sobre este tema en particular, hasta la fecha son varias las agrupaciones de derechos humanos que han condenado la postura que sumió Juan Pablo II, la cual quedó de manifiesto en una carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe conocida como De delictis pravioribus , redactada en 2001 por Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) “por encargo del Sumo Pontífice Juan Pablo II”.

En dicho documento se ordenaba a los obispos que, cuando tengan conocimiento de abusos sexuales cometidos por curas, debían emprender una investigación personal para después, en caso de considerar que efectivamente se había consumado un delito, debían reportarlo, pero no a la autoridad judicial civil porque “todas estas causas están sometidas al secreto pontificio sino a la Congregación de la Doctrina de la Fe, para que esta determinara si el caso llegaría o no al Supremo Tribunal.

Pese a que el documento ordenado por Juan Pablo II recalcaba que a los ojos de la Iglesia Católica, el abuso sexual de un clérigo hacia un menor prescribía a los 10 años de haberse cometido el delito (lapso que comenzaría a contarse desde que la víctima alcanzaba la mayoría de edad), el escándalo explotó cuando cientos de víctimas (en un primer momento niños, pero después también se sumaron monjas) de Estados Unidos, Alemania, Irlanda, México, Italia y España, entre otros países, emprendieron acciones de denuncia pública.

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