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Resistencia a los antibióticos, la gran epidemia mundial del futuro

La realidad del uso excesivo e inapropiado de los antibióticos coexiste con la situación de muchos países, generalmente pobres, con un escaso acceso a ellos

Las autoridades sanitarias mundiales vuelven a hacer sonar las campanas de alerta ante el uso irresponsable que se hace de los antibióticos y el peligro que representan para nuestra salud. Y, además, nos va a salir muy caro. En dinero y en vidas humanas.

Este lunes es el primer día de la Semana Mundial de Concienciación sobre el Uso de Antibióticos, que la Organización Mundial de la Salud aprovecha para denunciar la sobreutilización de estos medicamentos en gran parte del planeta, a menudo sin receta médica.

Usando mal los antibióticos, denuncia la institución, estamos haciéndonos a nosotros mismos vulnerables a enfermedades que no tendrían por qué ser tan problemáticas: “Sin antibióticos eficaces, y otros antimicrobianos, vamos a perder nuestra capacidad para tratar infecciones comunes como la neumonía”, ha subrayado Suzanne Hill, experta de OMS. Algunos epidemiólogos advierten que, si no hacemos nada para remediarlo, esto podría matar a más gente que el cáncer.

¿Cómo funciona exactamente este fenómeno? La resistencia antibiótica es consecuencia del proceso evolutivo por selección natural. Únicamente sobreviven a los antibióticos las bacterias con una mutación natural capaz de anular el efecto del medicamento.

Es la misma lógica de la supervivencia de las especies: serán estas bacterias las que sobrevivan y pasen esa mutación o resistencia a sus descendientes, creando una suerte de generación resistente contra la que los antibióticos de los que disponemos pueden hacer poco o nada.

Irónicamente, la realidad del uso excesivo e inapropiado de los antibióticos coexiste con la situación de muchos países, generalmente pobres, con un escaso acceso a ellos.

Resistencia a los antibióticos, la gran epidemia mundial del futuro
Resistencia a los antibióticos, la gran epidemia mundial del futuro

Según un estudio hecho público la semana pasada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la resistencia bacteriana podría causar 2,4 millones de muertes en los países de la OCDE hasta 2050 y costar 3,500 millones de dólares anuales a sus economías.

El nivel de resistencia de ocho combinaciones de bacterias y antibióticos de alta prioridad ha pasado en la OCDE del 14% en 2005 al 17% en 2015, con una gran brecha entre Turquía, Corea del Sur y Grecia, que se sitúan en torno al 35%, y los países nórdicos y Holanda, que apenas superan el 5%. Para 2030, las predicciones apuntan a unas tasas un 70% superiores a las que de 2005.

Todavía más preocupante es la evolución en países de ingresos medios y bajos. En Argentina, Brasil y Colombia se ha superado el 30% en 2015; en China, Rusia y Rumania el 40%, y en India se ha alcanzado el 57.1%.

¿Qué podemos hacer contra esto? Una recomendación de los expertos es algo aparentemente tan sencillo como mejorar la higiene de los centros sanitarios, entre otras cosas fomentando el lavado de manos. Pero eso no basta: se necesitan políticas encaminadas a un uso más racional de los antibióticos y a una mayor sensibilización pública, además de pruebas de diagnóstico rápido que permitirían determinar con mayor antelación la naturaleza bacteriana o vírica de una infección.

Desde la OMS piden esta semana “medidas urgentes” contra la resistencia a los antibióticos. Por ahora, sin embargo, como ocurre con tantas otras cuestiones de salud pública, no parece que este problema le quite el sueño a los grandes líderes mundiales.

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