
Un potente terremoto de magnitud 6 sacudió el este de Afganistán, dejando un saldo preliminar de más de 800 fallecidos y cerca de 2,700 heridos, de acuerdo con las autoridades talibanes.
El movimiento telúrico, registrado a solo ocho kilómetros de profundidad y con epicentro a 27 kilómetros de Jalalabad, estuvo acompañado de al menos cinco réplicas, lo que incrementó el nivel de destrucción.
La provincia más golpeada fue Kunar, donde se reportan alrededor de 800 víctimas mortales y más de 2,500 lesionados. En Nangarhar, epicentro del sismo, los informes oficiales señalan al menos 12 muertos y 255 heridos. No obstante, los equipos de rescate continúan trabajando en zonas de difícil acceso, con el temor de que la cifra de afectados aumente al hallarse más personas atrapadas bajo los escombros.
Las labores de auxilio enfrentan grandes obstáculos: aldeas incomunicadas, carreteras intransitables y un precario sistema de infraestructura. Helicópteros y brigadas de emergencia intentan llegar a las áreas más aisladas, aunque la geografía montañosa y las malas condiciones de las rutas retrasan los esfuerzos.
El desastre ocurre en un contexto de enorme fragilidad para Afganistán, un país debilitado por décadas de guerra, pobreza y desastres naturales. Desde el regreso de los talibanes en 2021, la ayuda internacional se ha reducido de forma drástica, limitando la capacidad de respuesta ante crisis de esta magnitud.
La tragedia se agrava por el hecho de que Nangarhar había sido azotada apenas dos días antes por inundaciones que dejaron cinco muertos y destruyeron cosechas. Con miles de desplazados por las lluvias, el terremoto intensifica una emergencia humanitaria que parece no tener fin.
Los terremotos son frecuentes en esta región montañosa del Hindu Kush, donde convergen las placas tectónicas de Eurasia e India. En años recientes, Afganistán ha sufrido otros desastres sísmicos devastadores: en 2023 un sismo en Herat provocó más de 1,500 muertes, y en 2022 otro en Paktika dejó más de mil víctimas.
Este nuevo episodio no solo aumenta el dolor de la población, sino que confirma la extrema vulnerabilidad de Afganistán, atrapado entre una geografía hostil, una crisis política y una frágil situación humanitaria.