
Vivimos en la era de la narrativa de tres segundos. Basta que alguien —cualquiera— introduzca un tema en la conversación informal del día para que todo vire. Así, en segundos, cambia el centro de gravedad de lo que decimos, opinamos y reproducimos. Da igual si está bien informado, mal informado o francamente manipulado. Lo importante es que corre.
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Esta semana lo hemos vuelto a ver. La protesta de inmigrantes mexicanos en Los Ángeles apenas estalló y en menos de un día todo el debate giraba en redes —y en las sobremesas de este país— sobre si Trump es un peligro inminente, si hay que votar en el extranjero, si los mexicanos en California son “buenos migrantes” o “malos migrantes”. Nadie leyó el pliego de los organizadores. No importa. El frame quedó puesto.
Al día siguiente, mientras nos empezábamos a cansar del tema, cayeron lluvias en el norte y de pronto todo se deslizó a otra narrativa: la del agua como un bien escaso y politizable. Si los gobernadores hacen bien o mal. Y, en Monterrey, si Samuel García es un buen gestor… o simplemente “guapo y mediático” (y eso también sirve para distraer la conversación).
Entre tanto, un hilo de la narrativa judicial venía corriendo subterráneo. La elección de la reforma judicial ha sido tratada —hasta en los cafés de barrio— como si todos hubieran estudiado derecho constitucional. Nadie lo ha hecho, claro, pero basta que alguien mencione “las togas” en un grupo de amigos, y el tema explota: que si el Poder Judicial es un lastre, que si son corruptos, que si hay que acabar con la élite de los jueces. Ni una cita, ni un artículo jurídico de por medio. Solo la fuerza de la narrativa del día.
El resultado es claro: ya no debatimos. Apenas reaccionamos. Y lo hacemos a partir de lo que el algoritmo, los medios o nuestros propios sesgos ponen sobre la mesa ese día.
Es tierra de ágora efímera: estamos juntos para convivir, no para entender. Y en ese convivir, la conversación informal se convierte en un campo de batallas narrativas rápidas, donde no gana el mejor argumento sino el frame más pegajoso.
Si algo hemos perdido en el proceso es la capacidad de sostener conversaciones largas, incómodas, complejas. Preferimos hablar de lo que está “caliente” ese día, aunque mañana se nos olvide. El mundo de las tres mil causas urgentes de hoy, olvidadas mañana.
Es momento de reconocerlo y de hacernos responsables de ello. Si queremos reconstruir un debate público más sensato, primero hay que tener el coraje de detenernos, preguntar, escuchar, y no correr detrás de cada narrativa que nos lanzan como hueso al corral.
Porque sí: hoy alguien dirá “la toga”, “el juez vendido”, “el guapo gobernador”, “los migrantes de Los Ángeles”, y ahí iremos todos. Hasta que llegue el siguiente tema.
La pregunta es: ¿vamos a seguir jugando ese juego?
Por Yadira Camarena | Nueva columnista