
El mal de ojo es una creencia ancestral aún vigente en diversas culturas; se relaciona con síntomas físicos y emocionales provocados por energía negativa
A pesar de su antigüedad, la creencia en el mal de ojo sigue vigente en múltiples culturas del mundo. Se le atribuyen síntomas como insomnio, mareos y llanto constante en bebés, y aunque no tiene respaldo médico, su arraigo cultural y simbólico es profundo. El fenómeno ha sido ampliamente documentado por instituciones como la Universidad Nacional Autónoma de México, así como por especialistas en antropología de distintas regiones.
El mal de ojo es interpretado como un daño energético que una persona puede provocar en otra a través de una mirada intensa, comúnmente cargada de envidia, admiración excesiva o celos. Esta concepción no se limita a una sola zona del mundo: está presente en tradiciones de América Latina, Asia, el norte de África y Europa mediterránea. La medicina tradicional mexicana, por ejemplo, lo vincula con desequilibrios tanto emocionales como físicos.
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Según registros históricos, esta creencia ya existía en las culturas griega y romana, donde era común portar amuletos para protegerse, como el conocido “ojo turco”. En la actualidad, muchas personas aún confían en prácticas como las limpias con hierbas o el uso de objetos simbólicos para evitar sus efectos.
Entre los síntomas más asociados al mal de ojo destacan el decaimiento, dolores de cabeza repentinos, alteraciones emocionales y una sensación persistente de malestar sin causa médica aparente. En los niños pequeños y recién nacidos, se cree que el llanto inconsolable es uno de los principales indicadores.
Las personas consideradas más propensas a sufrir este fenómeno son los bebés, figuras públicas, individuos con alta exposición en redes sociales o quienes despiertan emociones fuertes en otros, como admiración o envidia. En estados de vulnerabilidad emocional también se cree que se pierde la “protección energética”, lo que incrementa la susceptibilidad.
La protección ante el mal de ojo varía según las costumbres regionales. Algunas de las prácticas más comunes incluyen colocar listones rojos o amuletos en la ropa, utilizar plantas como ruda o albahaca, hacer limpias con huevo o incluso evitar hablar abiertamente de logros personales para no atraer miradas envidiosas. Aunque estas acciones no tienen sustento científico, los expertos coinciden en que pueden servir como mecanismos de contención emocional dentro de comunidades con una visión integral de la salud.
Desde la medicina moderna, el mal de ojo se analiza más como un fenómeno de sugestión colectiva. Los síntomas pueden generarse a través del estrés y la ansiedad provocados por las creencias compartidas en un entorno familiar o social. Aun así, los antropólogos reconocen su valor simbólico, considerándolo parte de un sistema cultural que da significado a lo intangible.
Lejos de desaparecer, esta antigua creencia ha logrado adaptarse a la era digital. Hoy en día, incluso en redes sociales se habla de la “mala vibra” o del “ojo encima”, reafirmando que el mal de ojo, más allá de lo sobrenatural, sigue siendo una narrativa viva para explicar ciertas experiencias personales.