
La Casa Blanca arremete contra Berlín por calificar a AfD como extremista, acusando a Alemania de revivir un “nuevo Muro de Berlín” contra la oposición
Las tensiones políticas entre Estados Unidos y Alemania alcanzaron un nuevo punto crítico luego de que el gobierno de Donald Trump acusara a Berlín de estar “reconstruyendo el Muro de Berlín”, tras la reciente clasificación del partido Alternativa por Alemania (AfD) como un grupo extremista de derecha. La medida, adoptada por los servicios de inteligencia internos alemanes, desató una cascada de críticas desde Washington, marcando un nuevo episodio de confrontación diplomática entre ambos aliados históricos.
El detonante de este episodio fue la decisión de la Oficina para la Protección de la Constitución de Alemania, la agencia de seguridad nacional encargada de vigilar amenazas internas, de incluir formalmente a la AfD en su lista de organizaciones extremistas. Esta designación permite intensificar la vigilancia sobre el partido, que ha experimentado un ascenso vertiginoso en el panorama político alemán.
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En las recientes elecciones legislativas del 23 de febrero, la AfD duplicó su votación anterior y superó el 20% del respaldo electoral, consolidándose como una de las principales fuerzas políticas del país. De hecho, las encuestas posteriores han situado a la AfD por delante de la Unión Demócrata Cristiana (CDU), liderada por Friedrich Merz, quien asumirá el cargo de canciller próximamente.
La respuesta estadounidense no se hizo esperar. El vicepresidente JD Vance expresó en la red social X: “La AfD es el partido más popular de Alemania, y con diferencia el más representativo de la Alemania del Este. Ahora los burócratas intentan destruirlo”. Vance añadió una declaración aún más polémica: “Occidente derribó el Muro de Berlín juntos. Y ha sido reconstruido, no por los soviéticos ni los rusos, sino por el establishment alemán”.
El crecimiento de la AfD ha sido especialmente notable en las regiones que conformaban la antigua República Democrática Alemana (RDA), donde el partido ha ganado la mayoría de las circunscripciones, alimentando aún más el debate sobre su papel en la política actual.
El secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, también se sumó a las críticas. En un mensaje igualmente contundente publicado en X, advirtió: “Alemania acaba de dar a su agencia de espionaje nuevos poderes para vigilar a la oposición. Eso no es democracia: es tiranía disfrazada”. Rubio exigió a Berlín que revierta esta medida y calificó la vigilancia como un ataque directo contra los principios democráticos.
Ante la creciente presión internacional, el Ministerio de Relaciones Exteriores alemán respondió casi de inmediato. A través de un mensaje en inglés, la cancillería defendió la legalidad y legitimidad de la decisión, afirmando: “Esto es democracia”. En el mismo mensaje, añadió: “Nuestra historia nos ha enseñado que hay que poner fin al extremismo de derecha”, aludiendo claramente a la experiencia histórica de Alemania con el nazismo y la ultraderecha.
El comunicado oficial de la Oficina para la Protección de la Constitución explicó que la calificación de la AfD como organización extremista se basó en que su ideología “desvaloriza grupos enteros de la población en Alemania y atenta contra su dignidad humana”, lo cual es incompatible con los principios democráticos fundamentales del país.
Marco Rubio insistió en su postura, asegurando que “lo verdaderamente extremista no es la popular AfD, que quedó segunda en las recientes elecciones, sino las mortíferas políticas de inmigración de fronteras abiertas del establishment a las que se opone la AfD”.
Esta no es la primera vez que la administración Trump se involucra en la política interna alemana, lo que ha causado malestar reiterado en Berlín. En febrero pasado, JD Vance provocó controversia durante un discurso en Múnich, donde denunció lo que describió como un retroceso en la libertad de expresión en Europa, con énfasis particular en Alemania. En esa oportunidad, criticó el aislamiento político al que, según él, ha sido sometida la AfD, instó a levantar el “cordón sanitario” que rodea al partido y sostuvo un encuentro con sus líderes.
Este nuevo episodio subraya la creciente división entre los enfoques de Washington y Berlín respecto a la política interna alemana, especialmente en lo relativo al auge de la ultraderecha. Mientras Alemania argumenta que vigilar a grupos que amenazan su sistema democrático es una obligación, Estados Unidos —bajo la administración Trump— interpreta esas medidas como una afrenta a los valores democráticos que Occidente ha defendido durante décadas.