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La vida resurge en el ecosistema radioactivo de Chernóbil

La adaptación es lo que ha hecho que la vida siga adelante, las especies que logran adaptarse al entorno son las que perduran en el planeta

El 26 de abril de 1986 ocurrió un accidente en una planta nuclear en Chernóbil, parte de la entonces Unión Soviética, como medida precautoria la URSS estableció una zona de seguridad de 30 kilómetros alrededor de la central nuclear.

El desastre obligó a las personas a dejar sus hogares, a pesar de ello, quienes se expusieron a la radiación sufrieron mutaciones genéticas, sino en primera persona, si en las siguientes generaciones.

Chernóbil se quedo como un pueblo fantasma, más de 4.200 kilómetros cuadrados quedaron libres de influencia humana directa. 

Tras el desastre del 26 de abril de 1986, la URSS estableció una zona de seguridad de 30 kilómetros alrededor de la Central Nuclear de Chernobyl. Miles de personas se vieron obligadas a dejar sus hogares, quedando más de 4.200 kilómetros cuadrados libres de influencia humana directa.

Más de la mitad de este espacio pertenece a Ucrania. El resto lo gestiona Bielorrusia, que lo ha convertido en la Reserva Radioecológica Estatal de Polesia, una de las reservas naturales más grandes de Europa.

Esta reserva está siendo objeto de estudio desde hace algunos años, pues se quiere ver cómo reacciona la fauna silvestre bajo dos condiciones: sin influencia humana cerca y en un entorno con actividad radioactiva.

Que la vida sobreviva a un desastre nuclear nos puede parecer increíble. Pero las especies hacen eso, sobreviven a base de ensayo y error.

James Beasley, ecólogo de la Universidad de Georgia, es uno de los investigadores que estudia cómo la vida prolifera en Chernóbil. Junto con un equipo internacional, empezó documentando los animales que habitan la reserva radioecológica mediante el estudio de huellas y el conteo desde helicópteros.

Al tener resultados prometedores, el equipo instaló cámaras trampa con olores para atraer animales.

En 2016 publicaron sus hallazgos: 30 años después del desastre, la vida silvestre abunda en la zona de exclusión bielorrusa. Las cámaras habían captado 14 especies de mamíferos, incluidos alces, corzos, jabalíes, lobos grises, zorros y perros mapache. Según Beasley, los datos son el “testimonio de la resistencia de la vida silvestre cuando se libera de las presiones humanas directas”.

El pez había sido colocado en la orilla del río por un equipo de científicos que querían ver qué animales acudían al buffet. Nutrias, visones americanos y águilas de cola blanca se acercaron a comer los peces ofrecidos, mientras las cámaras los espiaban. Sin saberlo, han pasado a formar parte de una lista cada vez más amplia: las especies que viven en la Zona de Exclusión de Chernobyl (ZEC).

Por su parte Ucrania también realiza esfuerzos en la zona. El proyecto TREE (Transfer – Exposure – Effects) es una iniciativa del programa británico Radioactivity and Environment. Su objetivo principal es reducir la incertidumbre que existe en la estimación del riesgo para los seres humanos y la vida silvestre al ser expuestos a la radiactividad. 

Según Beasley, los datos son el “testimonio de la resistencia de la vida silvestre cuando se liberan de las presiones humanas directas”.

Con ayuda de científicos ucranios, entre los años 2014 y 2015, el proyecto TREE instaló 42 cámaras trampa en diferentes puntos de la Reserva. 

En 2016 publicaron sus hallazgos. Las cámaras habían captado 14 especies de mamíferos, incluidos alces, corzos, jabalíes, lobos grises, zorros y perros mapache. Según Beasley, los datos son el “testimonio de la resistencia de la vida silvestre cuando se liberan de las presiones humanas directas”.

Las especies que captaron sus cámaras son: aves, ciervos, ardillas, linces, lobos, bisontes europeos y caballos de Przewalski; los últimos han sido introducidos en otras zonas para su conservación. Otra buena noticia es el avistamiento de osos pardos, los cuales habían desaparecido gracias a los hombres hace 100 años.

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Después de observar las especies que habitan el lugar, los científicos se sienten tentados a asegurar que la radioactividad puede ser un escudo para proteger la vida silvestre. Los animales se desarrollan en todo su esplendor.

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Los ríos de los alrededores de Chernóbil albergan lo que algunos califican como monstruosos peces mutantes por su gran tamaño. Pero la realidad es que estos peces no son fruto de la radiactividad. La explicación es muy sencilla: sin la presión humana las especies crecen, desarrollando sus verdaderas tallas.

En palabras de Jim Smith, profesor de ciencias ambientales de la Universidad de Portsmouth, “esto no significa que la radiación sea buena para la vida silvestre, solo que los efectos de la vida humana, incluidos la caza, la agricultura y la silvicultura, son mucho peores”.

Era la segunda vez que un pez eludía sus fauces. Pero la ágil nutria no se daba por vencida. Seguía nadando y buscando el rastro de los peces. El olor de una nueva presa la llevó a la orilla, donde yacía un pez muerto. Un bocado fácil para la nutria, que no dudó en dar cuenta de la carroña. No se percató, pero mientras disfrutaba de su suerte, una cámara inmortalizó el momento. La vida prolifera en las aguas contaminadas del río Prípiat.

La ciencia ha hecho estudios que demuestran que vivir expuesta al cesio-137 también pasa factura a la fauna. Un metaanálisis publicado en 2016 mostraba que la radiación en Chernóbil aumenta la frecuencia y el grado de cataratas en ojos, disminuye el tamaño del cerebro, incrementa la incidencia de tumores, afecta a la fertilidad y promueve la aparición de anomalías del desarrollo en las aves.

Este estudio fue realizado por investigadores de la Chernóbil + Fukushima Research Initiative, un grupo de investigación que utiliza un enfoque multidisciplinar para conocer los efectos de la radiación en la salud humana y el medio ambiente. Su director es Tim Mousseau, de la Universidad de Carolina del Sur, que con Anders Møller, de la Universidad de París-Sur, ha dirigido más de 35 expediciones a Chernóbil y otras 16 a Fukushima.

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