
Investigaciones recientes revelan que ciertos contaminantes presentes en el aire, productos y alimentos pueden dificultar la pérdida de peso y afectar la salud
Hasta hace poco, se pensaba que la fórmula para perder peso se reducía al balance entre calorías consumidas y gastadas. Sin embargo, cada vez más evidencia sugiere que existen elementos invisibles en el entorno capaces de interferir en el metabolismo, dificultando el control de peso corporal y alterando la salud metabólica.
Un creciente cuerpo de estudios ha comenzado a señalar a los llamados “obesógenos”: sustancias químicas presentes en productos de uso cotidiano, alimentos procesados y el aire contaminado, que pueden alterar procesos biológicos clave para mantener un peso saludable. Estos compuestos actúan de forma silenciosa, modificando la forma en que el cuerpo regula la grasa y la energía.
De acuerdo con una revisión publicada en Obesity Reviews, aunque la cantidad de investigaciones en humanos es limitada, los resultados ya muestran tendencias preocupantes. Sustancias como ftalatos y parabenos se han relacionado con un aumento del índice de masa corporal (IMC) y un ritmo más lento de pérdida de grasa. Por ejemplo, niveles elevados de monobencil-ftalato han mostrado asociación con mayor circunferencia abdominal y porcentaje de grasa corporal.
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Otros compuestos, como los PFAS —conocidos como “químicos eternos”—, no se vincularon directamente con la pérdida de masa durante dietas, pero sí con una recuperación más rápida del peso perdido. También mostraron efectos sobre la tasa metabólica en reposo, especialmente en mujeres.
La exposición a partículas contaminantes del aire como las PM2.5 y PM10 también mostró efectos sobre el tejido adiposo, aunque sin cambios significativos en el IMC. Además, residuos de organoclorados presentes en el plasma incrementan durante la pérdida de peso y afectan negativamente el control glucémico.
Los mecanismos mediante los cuales estos compuestos interfieren en el metabolismo incluyen la alteración del tejido graso, la disrupción hormonal y la modificación del punto de ajuste del peso corporal, lo que dificulta tanto la pérdida como el mantenimiento del mismo. “Los obesógenos son reales, significativos y contribuyen en algún grado al aumento de peso a nivel individual y a la pandemia mundial de obesidad y enfermedades metabólicas a nivel social”, advirtió un estudio publicado en The American Journal of Clinical Nutrition.
Ante la dificultad de eliminar por completo la exposición a estas toxinas, los expertos coinciden en que adoptar una alimentación equilibrada puede ser una vía efectiva para proteger la salud. Entre las principales recomendaciones se encuentran:
- Aumentar el consumo de frutas y verduras variadas, especialmente aquellas de colores intensos.
- Incluir cereales integrales en cada comida.
- Preferir fuentes magras de proteínas como pescado, legumbres, huevos y nueces.
- Cocinar con aceites saludables en lugar de grasas saturadas, y evitar freír los alimentos.
- Reducir el consumo de sal y azúcar añadida.
- Desayunar diariamente para promover una regulación metabólica adecuada.
Comprender que la salud y el peso corporal no solo dependen de lo que comemos o cuánto ejercicio hacemos, sino también de la exposición ambiental, representa un cambio de paradigma. Aunque aún se requiere mayor investigación en humanos y regulaciones más estrictas, tomar conciencia sobre estos riesgos invisibles ya es un paso esencial para cuidar nuestro bienestar y el de las futuras generaciones.