
El chile en nogada, ícono de la cocina mexicana, nació en el convento de Santa Mónica en Puebla gracias al ingenio culinario de las monjas agustinas
En la gastronomía mexicana pocos platillos reflejan tanto la historia y la identidad nacional como el chile en nogada. Su presencia se intensifica cada año a partir de agosto, cuando la temporada de la nuez de Castilla marca la llegada de este manjar a las mesas, especialmente en las celebraciones patrias. Su mezcla de sabores dulces y salados, adornada con los colores de la bandera, lo convierte en un símbolo culinario que trasciende generaciones.
Detrás de su origen se encuentran las monjas agustinas recoletas del convento de Santa Mónica en Puebla. Estas religiosas, con un profundo conocimiento de las tradiciones novohispanas, dieron forma a una receta que ha resistido al paso de los siglos. Aunque una versión romántica sostiene que fue creado en 1821 para celebrar a Agustín de Iturbide en su entrada triunfal a Puebla, los estudios históricos apuntan a un antecedente más antiguo.
Investigadores señalan que ya en el siglo XVIII las cocinas conventuales preparaban un chile relleno de frutas de temporada, cubierto con salsa de nuez. Era más un postre que un platillo principal y se elaboraba a finales de agosto, cuando coincidía la cosecha de la nuez de Castilla con la festividad de San Agustín, patrón de la orden.
El convento de Santa Mónica, fundado en 1688, fue un espacio clave en la vida cultural y religiosa de la Nueva España. Allí, mujeres criollas con formación refinada ingresaban a la vida religiosa y encontraban en la cocina un laboratorio de experimentación. En sus recetarios se fusionaban ingredientes europeos con productos locales, generando innovaciones que hoy forman parte del repertorio gastronómico nacional.
Además del chile en nogada, a las agustinas se les atribuyen otras recetas tradicionales como el mole poblano, el rompope, el atole, dulces típicos como los jamoncillos, pasteles de almendra, buñuelos y chalupas. Estas preparaciones no solo respondían a necesidades cotidianas, sino también a celebraciones religiosas y patronales.
La historia de la orden estuvo marcada por cambios políticos y sociales. Durante el siglo XIX, las leyes de Reforma y las expropiaciones obligaron a muchas comunidades religiosas a abandonar sus conventos. El de Santa Mónica fue clausurado en 1934 y transformado en el actual Museo de Arte Religioso. No obstante, la congregación sobrevivió y en 1939 retomó su vida en la Ciudad de México, expandiéndose posteriormente a otras regiones del país y del mundo, desde Estados Unidos hasta Taiwán. Hoy en día, cerca de 300 monjas agustinas continúan con su labor espiritual y mantienen viva la memoria de su legado cultural.
El chile en nogada, más que un platillo festivo, representa la unión entre historia, tradición conventual y creatividad gastronómica. Su vigencia no solo celebra la cocina poblana, sino también la influencia perdurable de las monjas agustinas, quienes convirtieron un sencillo chile en un símbolo de México.