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Un circuito lector

Antonio Ramos reflexiona en torno a las personas que pueden acercarnos a la lectura.

Nos ayudan a formarnos lectores, entonces, una serie de estímulos directos o indirectos que nos rodean. Si tenemos la suerte de contar con personas que leen o bien, tienen una disposición generosa hacia los libros no solo como un instrumento de enseñanza, es mucho más fácil que nuestro traslado a esta afición sea menos complicada que para otros, al menos hasta el momento en el que tomemos una decisión -nunca directa, sino condicionada por los intereses que sumemos en el lapso de nuestra vida-, en la que decidamos dejar de leer libros.

Pero, si no tenemos la suerte de que alguien nos acerque a ellos desde nuestros primeros años, ya sea porque en el entorno primario, la familia y la escuela, nadie les tenga estima y no los considere valiosos, aún así nos iremos topando con muchos alicientes que nos ayudarán a leer y ya dependerá, aunque con mayor grado del pulso propio, si nos hacemos lectores.

A menudo he escuchado a lectores orgullosos que afirman que a ellos y ellas nadie los formó lectores, que se hicieron así solitos, pero olvidan sin duda que al principio aprender es imitar; y estoy seguro que vieron a alguien leyendo, ya sea en el transporte público, en la escuela, en alguna película o telenovela; tal vez se toparon, al mirar dentro de una cafetería o un restaurante, a una persona con una taza de café al lado, inmerso en la lectura de un libro y se cuestionaron: ¿qué era aquello? ¿Cómo es que alguien podía involucrarse tanto con un libro como para formar un espacio propio en medio del ruido, del caos, del trajín del restaurante?

Y sin embargo, ni con estos estímulos directos o bien, las indirectas, se logra formar realmente a un lector. Son puntos de partida, son claves secretas a otros mundos que solo se logran destrabar si realmente se tiene una naturaleza lectora de libros.
Leer, leemos todos. Alberto Manguel, en su extraordinaria Una historia de lectura, afirma que todos somos lectores, es decir, todos interpretamos el mundo y su naturaleza para nuestros fines. Un no lector es un muerto. No tendría las habilidades innatas de sobrevivir, como un no lector de libros también está desconectado con las posibilidades de pensamientos y de sentidos que solo los libros pueden despertar.

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Hace tiempo un buen amigo no lector, en el top de sus habilidades como diseñador web, me preguntaba con cierta premura que necesitaba empezar a leer porque sus compañeros de oficina sí lo hacían y notaba cómo se iba quedando al margen de muchas decisiones que ocurrían junto cuando ellos hablaban de libros. Desde que me preguntó eso supe que estaba condenado. Nunca iba a poder estar a la par de esos lectores de años que habían ido construyendo herramientas no solo de lectura sino de socialización de sus lecturas.

Porque al final de cuentas, acaso lo terrible, es que los lectores se hacen por decisión: una decisión en la que los ayudan los estímulos, sí, pero también su propia naturaleza, su pulso propio, como le llamé al inicio de este texto, su propio empuje, por decirlo de alguna forma, que se nutre con sus maneras como sacian la curiosidad por el mundo que los rodea, sus preguntas por la otredad, plasmada en las historias de los otros, que consumen mediante el hecho literario, porque comprenden, aunque no lo sepamos en una primera instancia, que somos lenguaje, que nuestro modelo de pensamiento o de interés por las historias no es único y que, para complementarlo, hay que mirar hacia los lados y escuchar, leer.

Y entonces, por su propia naturaleza, sí investigan esa curiosidad por los libros y la lectura, si les llega un ejemplar, deciden sí leerlo, deciden sí terminarlo, luego, deciden asistir a las bibliotecas, compran libros, van a ferias de libros, buscan a sus autores predilectos para que les firmen sus ejemplares, comentan lo que han leído con otros, hacen podcast, reseñas, en fin, se instalan en un mundo de lectores en el que van organizando su espacio mediante coordenadas que solo ellos saben, con opiniones críticas que los ubican en determinados sitios y en donde, descubren, no sin cierta sorpresa, que ya están instalados otros y otras con las que, al fin, harán comunidad.

Y mientras hacen todo eso: sin darse cuenta, estimulan a nuevos y nuevas lectoras. Y así, el círculo, se completa. Así, sin querer, ayudamos a otros a que también lean.

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Antonio Ramos Revillas

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