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El atentado contra Obregón que marcó la suerte del Padre Miguel Agustín Pro Juárez

El 23 de noviembre de 1927 en el patio de la estación de policía ubicada sobre Bucareli, Miguel Agustín Pro Juárez fue fusilado

El 13 de noviembre de 1927 marcó la suerte del Padre Miguel Agustín Pro Juárez cuando Álvaro Obregón fue víctima de un atentado organizado por grupos conservadores extremistas vinculados al clero católico, en pleno ímpetu de la sublevación de los cristeros.

Expresidente de México, candidato a la presidencia y general invicto de la Revolución Mexicana, Obregón circulaba en su automóvil por el Bosque de Chapultepec, en la Ciudad de México, le fue arrojada una bomba; salvando la vida.

Sin embargo, con el carácter fuerte y violento que le caracterizaba, Obregón exigió de inmediato la detención de quienes fueran responsables; a lo que el gobierno encontró rápidamente a los culpables, siendo presentados como miembros de la Liga Nacional de Defensa de la Libertad Religiosa: Luis Segura Vilchis, el sacerdote Miguel Agustín Pro Juárez y su hermano Humberto, quienes fueron juzgados y sentenciados a muerte.

Aunque la participación de Humberto y Miguel Agustín fue más involuntaria, al haber prestado el vehículo en el que se cometió el atentado, aunque ellos desconocerían el motivo por el que se los habían solicitado.

Es así que surge el nombre del padre Miguel Agustín Pro Juárez como símbolo de la defensa de los derechos humanos en México.

Pro Juárez nació el 13 de enero de 1891 e ingresó a la Compañía de Jesús el 10 de agosto de 1911, formándose jesuita en Granada, España, tras los rigurosos 14 años, siendo ordenado en agosto de 1925.

El 6 de julio de 1926 regresa a México, cuando el país vivía un clima anticlerical. Incluso, solo 25 días después de haber llegado al país, el 31 de julio de entró en vigor la “Ley Calles”, que dejaba a la discreción de quienes gobernaban el número de sacerdotes que cada estado podía tener.

En esas condiciones, las misas se celebraban a escondidas antes del amanecer, siempre vigilantes de que no fueran sorprendidos por la policía, estableciendo claves que se cambiaban asiduamente.

Sin importar los estratos sociales, lo que importaba a los católicos de la época era ejercer su culto, emulando a los primeros cristianos que operaban clandestinamente entre catacumbas.

Catalogados como organizaciones secretas, el presidente Plutarco Elías Calles estaba decidido a acabar con ellos, deteniendo a todo aquel que se manifestara abiertamente católico practicante, especialmente a los líderes, sometiéndolos a torturas que muchas veces terminaron en muerte.

Ante este clima de persecución, el Padre Pro nunca dejó su ministerio sacerdotal. Se valía de sus dones y, sobre todo, de su profunda fe para continuar valientemente su ministerio. Hacía unas maniobras que desconcertaba a la policía.

En esas condiciones, en la Ciudad de México ya, Pro Juárez emprendió una cruzada para ejercer, vestido de civil y en jornadas extenuantes daba misa, confesaba, practicaba comuniones, asistía enfermos, imponía los santos y visitaba las cárceles; cobrando fama prontamente.

El fallido atentado contra Obregón que marcó la suerte del Padre Miguel Agustín Pro Juárez

Estando en la mira de Calles, le fue asignado el célebre inspector Valente Quintana como su sombra para seguirlo, capturarlo y conducirlo al paredón de fusilamiento.

Así, tras el fallido atentado en contra de Álvaro Obregón, se dice que, tras después de torturar moralmente a una joven para dar con el responsable, esta dio el nombre de Luis Segura Vilchis. Quien contaba con un testigo de extrema calidad, el mismo destinatario del ataque, con quien ese día se quedó conversando mientras veían el vehículo arder.

Sin embargo, Segura Vilchis terminó confesando ser el autor del intento de homicidio contra el candidato a la presidencia. Pero el presidente Plutarco Elías Calles no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad de deshacerse de los Pro Juárez, quienes terminaron condenados a muerte después de un juicio calificado como una farsa.

De este modo, después de toda serie de intentos por salvarlos del paredón, finalmente a las 10:30 del 23 de noviembre de 1927, en el patio de la estación de policía ubicada sobre Bucareli, Miguel Agustín Pro Juárez fue fusilado vestido con alzacuello, abriendo los brazos frente al pelotón y con los ojos semicerrados, gritando “¡Viva Cristo Rey!” justo antes de que las balas cieguen su vida, hasta que se escucha el tiro de gracia.

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