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Genética del crimen… “El Ponchis”, el niño sicario

“El Ponchis” es una muestra de que en México los niños y adolescentes se han entregado al delito, que el juego dejó de formar parte de su realidad

Edgar Jiménez Lugo, El Ponchis o El Niño Sicario, se convirtió en un símbolo de la descomposición social; un vástago del crimen organizado que aprendió a matar.

El 3 de diciembre del 2010, cuando tenía 14 años de edad, fue detenido en Morelos por elementos del Ejército y confesó sin rubor alguno que había empezado a ejecutar a los 11 años.

  • ¿A los cuántos años empezaste a ejecutar? —requirió un soldado que lo interrogaba mientras era grabado.
  • A los once —respondió Edgar sin rubor.
  • Siguió el cuestionario:
  • ¿Tienes miedo?
  • No.
  • ¿No tienes miedo? —preguntó el militar como queriendo obtener otra respuesta.
  • No.
  • ¿Sabes lo que va a pasar? ¿Sabes que te van a llevar y te van a juzgar por delitos federales?
  • Mjm…
  • ¿Estás consciente de eso? —Edgar sólo asintió.
  • Y vino la respuesta que congela:
  • ¿A cuántos ejecutaste?
  • A cuatro —dijo con la normalidad con la que uno cuenta cuántos tacos se comió.
  • ¿Cómo los ejecutaste?
  • Los degollé.

En México, el grueso de la población carcelaria es joven: el 34.7 por ciento tiene entre 18 y 29 años de edad. Si hablamos de adolescentes, 4 mil 500 son internados cada año, en promedio, en algún centro de reclusión por cometer delitos graves.

El Ponchis creció en una familia disfuncional. Las drogas siempre estuvieron a su alcance. Las calles se convirtieron en su hogar, si así se le puede llamar. Comenzó a escribir su historia criminal a los once años; la misma edad a la que empezó a consumir sustancias.

De manera violenta, el Cartel del Pacífico Sur lo sumó a sus filas. Le pagaban 2 mil 500 dólares por ejecutar. Según sus propias palabras, al principio sentía feo. Luego ya no.

Edgar Jiménez Lugo fue victimario, pero también víctima. El Ponchis es sólo un ejemplo, tal vez el más cruento, de una realidad nacional: los niños criminales.

¿Cuándo decidieron tomar el camino del delito?, ¿cómo?, ¿por qué?

Como decía Julio Scherer: sus delitos se dan por el hambre, los harapos, la mugre y el frío. Asesinan sin noción del significado de la muerte, y matan en la conciencia de la vida.

¿Qué los hace criminales? El sociólogo Antonio Villalpando nos ayuda a desentrañar las causas apuntando que “los factores que inciden en el delito y en el crimen son muy amplios. Si lo vemos desde la perspectiva de un solo individuo, tendríamos que analizar su biografía completa para encontrar todos aquellos factores que hacen que una persona, desde el momento de su nacimiento hasta el momento en el que comete un crimen, haya desarrollado ciertas características; las más importantes son de origen socioeconómico”.

Porque, “vivimos en un país con un amplio nivel de desigualdad donde las personas que están en los estratos más altos de la sociedad no se parecen en nada a las personas que están en los estratos más bajos, y ello impide que las personas formen una idea de lo que es pertenecer a la sociedad. Si no nos parecemos mucho entre nosotros, es muy difícil que desarrollemos sentimientos de empatía”.

Al conocer historias como la de El Ponchis siempre nos asalta el debate filosófico de si el hombre nace bueno o malo. Nos obliga a cuestionar nuestra propia condición.

No se puede decir que nacemos malos; no nacemos con un fuero interno innato; no hay estudios que demuestren que hay genes concretamente relacionados con ser buenos o malos. Pero sí hay ciertas condiciones que son posteriores al nacimiento, biológicas, que predisponen a las personas a comportamientos violentos, pero que están vinculadas con procesos que viven las personas a lo largo de su desarrollo, de su socialización.

¿Será que en los genes podemos encontrar la respuesta?, ¿será acaso que la maldad se hereda? Al respecto, el genetista Mauro López Armenta nos explica que “hay muchos genes que se asocian a la violencia; lo que no queda claro es qué tanto actúan en el comportamiento criminal: hay neurotransmisores que van a ser modulados de diferentes maneras”.

Abundando que “tenemos, por ejemplo, genes para dopamina, serotonina, los cuales van a tener una asociación directa con el comportamiento de una persona; hormonas, como la testosterona, en el caso de los hombres, cuyo desequilibrio dará como resultado un comportamiento anómalo, y esto puede dar lugar también a un comportamiento criminal si es que las condiciones del medio lo favorecen o lo permiten”. 

Hasta septiembre del año pasado, en México había poco más de 6 mil adolescentes en conflicto con la ley. La edad promedio es de 17 años. 91 por ciento son hombres y el restante 9 por ciento, mujeres.

Entre los adolescentes que se encuentran recluidos, 39 por ciento de los hombres y 33 por ciento de las mujeres son reincidentes. 

En México, los niños y adolescentes se han entregado al delito. La felicidad es una abstracción.

El juego dejó de formar parte de su realidad. Ellos hablan otro lenguaje, uno formado a través de un Estado ausente, un tejido social resquebrajado y una impunidad rampante.

Por Diego Guerrero

IPR

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